La
apuesta personal de este ensayo trató de hacerse con el impulso de la imagen de
un cuerpo masculino, desnudo y mutilado. La única dificultad era que necesitaba
de un argumento narrativo para activar esta historia. La figura del hombre
tumbado, como una Odalisca masculina desnuda constituyó el tema clave de este
ensayo. Aún cuando todas las partes articuladas (cabeza, brazos y  pies)
del cuerpo han sido suprimidas, queda la parte central, de una sola pieza. La
mutilación de la figura del cuerpo como emblema heroico del individuo que
resiste es símbolo de fertilidad y los signos del poder guerrero permiten
afirmar la existencia del cuerpo humano (cualquiera que ésta sea).
Miguel
ángel glorificó el famoso torso del belvedere, en el fragmento de la estatua de
un desnudo masculino. La imagen fotográfica se refiere a este modelo de
fragmentación. El torso es un bloque sólido que puede ser mutilado. Representa
una figura muy fuerte dentro de la estatuaria humana. La imagen fotográfica
recrea un escenario imaginario de los héroes del Olimpo en una amalgama del
cuerpo tumbado. Lo sagrado de la imagen alcanza en lo atemporal el arrebato de
la muerte.
Una
propuesta plástica visual abierta a múltiples interpretaciones debido al
encuadre. Las posibles significaciones de la retorcida pose del torso y su
extraordinaria representación masculina es lo más destacado de la imagen. La
figura incompleta del cuerpo simboliza la fragilidad de su destrucción. En la
composición, la ausencia en el corte brutal de la cabeza, brazos y  pies,
juega un papel dramático importante. El retrato evita particularmente el
rostro, quiere despojar el cuerpo del carácter sublime particular de aquello
que identifica al ser humano. Los pies no se mueven hacia adelante en el tiempo. Aquí, no hay
tiempo futuro, la vida no es vivida hacia adelante. La vida del cuerpo sufre
una transformación irreversible en el tiempo. La esencia está en el presente,
la ambigüedad entre el pasado y presente refleja  la fragmentación del
individuo.
De estos
datos obtenemos el retorno a sí mismo. La visión del espectador se dirige hacia
el juego de luz de las velas que anima el cuadro a una rítmica interior. Esta
imagen se caracteriza por un silencio penetrante consagrado en el ensueño. No
sabemos si está dormido o despierto. Su imaginería pertenece al mundo onírico y
en parte real, personal y privada. Este ritmo corresponde a una imagen del
cuerpo en el eje del plano horizontal de la figura mutilada acostada
transformada en luz y sombra que nos transmite equilibrio. El ritmo y el
equilibrio horizontal es el producto del conocimiento del hacer y deshacerse de
la carga emocional de sí mismo. “Indica el sentimiento que el hombre pueda
tener de su superioridad sobre los demás seres vivos. Pero este sentimiento es
frágil ya que por su imposible pretensión revela la evidencia opuesta a la
humanidad caída marcada por la fatalidad del pecado.”  Sobre la fotografía
entre las bellas artes y los medios de comunicación. Jean-Francois Chevrier

 
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