Tengo la edad suficiente para andar inmerso en el asfalto del viaje de
regreso y soy aún un niño. Atravieso la ventana de la mirada hacia el
agua-santa de los momentos pescados en la laguna.
Flechas que marcaron el camino estacionados en los miedos. Vislumbro una
marca en el cielo de los cables eléctricos. Me dicen que voy por buen camino.
Nubes en loto de mis pensamientos ancestrales retornan el sendero. De
subida la calzada entre candilejas. Calvario en ascenso a mi infierno en
ruinas. Rayos de arcos antiguos de vértigos.
Mangos caídos al golpe del fruto maduro del niño en el árbol estacionario.
La esquina cruza la luz del campanario, fachada de plegarias virginales, cueva
de velas apagadas, crepúsculo de sentimientos.
Atraviesa el meridiano el banco de la plaza de mi juventud. Reverso del
tiempo. Mirada canina en la santa maría del ayer. No hay luz sino el incendio
de los postes apagados de las calles en el intento de recorrer quien soy.
Alpargatas remendadas en la tierra descalza de mis pies. Atravieso con la
mirada el árbol de la escuela en su sombra tardía.
Hastío acalorado de barracas consagradas en la bodega de la esquina.
La casa de la abuela a la vuelta mortuoria, impío constructor de tumbas, me
sigue el perro rabioso entre las cruces del cementerio.
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