Lo mismo que la piel recubre la superficie entera del cuerpo
donde se insertan todos los órganos, la función de «continente» de la piel
envuelve el «aparato psíquico» que restituye las emociones y sensaciones con el
mundo exterior de acuerdo a las necesidades.
La piel asociada al nacimiento y renacimiento es el
pergamino original que conserva las cicatrices imborrables de una
escritura  hecha de «trazos cutáneos» que significan «nacer». La
triplicidad esencial del ser humano: cuerpo, alma y espíritu.
La piel es una barrera protectora del psiquismo y un filtro
que me lleva a considerar el espejo de mi propia realidad. Es parte de la madre
—especialmente sus manos— que mantiene el cuerpo del bebé en un estado de
unidad y de solidez.
La función contenedora de la piel es una respuesta al
sentimiento de existencia de «uno mismo». La capacidad de tomar decisiones sin
intervención de ninguna influencia del exterior. Ser «autónomo» es ser libre y
responsable.
La dificultad borrosa de ver el cuerpo desdibujado en la
imagen reclama la confesión de mis pensamientos, sentimientos y de mis
angustias; una realidad compleja que se oculta bajo las apariencias que aflora
y se desborda.
Restablecer el velo imaginario de mi piel refuerza la
sensibilidad y sensualidad, la suavidad del calor del abrazo en comunión con el
mundo exterior.



 
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