La voz femenina de esta imagen es una forma intimista del movimiento del cuerpo y la mente descarnada de una
mujer como parte de la percepción de lo que deseamos ser. Una
profunda mirada al interior de lo inacabado, insatisfecho e inconforme en constante búsqueda de la totalidad.
La imagen en monocromo del cuerpo logra que la mirada contenedora del autorretrato resquebraje el sentido
de finitud. También desnuda las cicatrices del miedo y la desesperanza
soportando el vacío que atraviesa la piel para depositarse sigilosamente en la
mente del espectador.
No es un hechizo de Fata Morgana,
la imagen existe por sí sola en el tiempo y el espacio en el que
respiramos. Yace en la quietud del imaginario buscando la fragilidad del
propio reflejo donde reconocerse. Incita
a rebasar el límite no sólo en la ardiente actividad imaginativa de la mente
sino también en los entresijos del ser.
Así entonces, la imagen busca expresar el significado disponible en los registros de la memoria. Activa la
válvula del inconsciente y nos invita a pasear por un laberinto sensorial en donde involucra las zonas oscuras y luminosas de nuestra mente. La rúbrica del verdadero aspecto o realidad
íntima de la vida que se manifiesta en cada momento de la existencia humana.
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