La casa de Victoria se adentra en los pasillos iluminados de un espacio cargado de historia y emoción. Los pasillos, que parecen susurrar relatos de infortunio y nostalgia, se convierten en un refugio de silencio y reflexión. Aquí, el tiempo se disuelve entre sombras y luz, creando un ambiente donde la sed de calma se mezcla con la inevitabilidad del paso del tiempo.
El alejamiento, tanto físico como emocional, se convierte en un tema central. Este concepto penetra en aquellos que se marchan y tiñe de un ardor silencioso y permanente las huellas de quienes dejan el lugar. La sensación de partida se impregna en las paredes, en las huellas dejadas, en los recuerdos que se difuminan lentamente.
A través de la lente de la cámara, se busca capturar esa transición entre el estar y el irse, el cambio de espacio y el de estado emocional. Las imágenes no solo cuentan la historia de un lugar, sino también de lo que queda atrás: la resonancia de las presencias que ya no son y la melancolía de los ausentes.
Este proyecto busca explorar la fragilidad de los vínculos, la memoria del abandono y la belleza oculta en los rincones que cargan consigo la huella del tiempo y las emociones que se han vivido entre ellos. La casa de Victoria se convierte así en una metáfora visual del paso de las personas y la eterna quietud de los espacios que las acogieron.