En el 2008 fuí por primera
vez a la Argentina. He vuelto un par de veces a la ciudad que me embelese y me
enamora. Me entusiasma la idea de volver a verla siempre; la descubro nueva y
engalanada por su gente cada vez que voy. Tengo amigas en Buenos Aires que me reciben con los
brazos abiertos cada vez que asalta una idea loca en mi cabeza de volver.
El otoño de este año fui con mi
cámara por primera vez. En esta oportunidad la mujer de mis sueños se transformó en una mágica ciudad de luz a través de
mi Visor. Luego de haber pasado la mañana en Chacarita descargando nuestras
cámaras digitales en el cementerio, un amigo fotógrafo, Gabriel, me llevó a un
singular lugar desconocido para mí, el
Museo de Fotografía.
El lugar se presta para descorchar la visual, todo un artilugio de la imagen puesta en escena. Aquí se saborea la antigüedad de las cámaras en las vitrinas adosadas en las mesas y las paredes. Las más antiguas de fuelle y bronce, con ruedas o portátiles están amalgamadas en el tiempo.
Pasamos un rato agradable en
compañía del aroma, no de un café, sino del mejor expreso para mí gusto, rodeada de cámaras de
galería y de cajón, en el bar museo donde se puede ir a almorzar con los amigos y escuchar música.
En busca de antiguas cámaras
fotográficas, el Sr. Alejandro Simik hurgó en Las ferias y los viejos armarios
de familiares y amigos para fundar en el 2001 el Museo fotográfico Simik, lugar
apropiado para darse un banquete.
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