Un domingo en Devoto, Buenos
Aires Argentina, me invitaron a un asado en un club de campo. Pasamos el día
jugando con los niños y degustando uno de los mejores platos del mundo en
compañía con los amigos y por supuesto vinos y cerveza!
En la cotidianidad de la tarde, habitada
por la luz crepuscular de los campos de fútbol, me invadió un nostálgico deseo
de caminar. A mi encuentro por los espacios abiertos de juego, me encaminé por
la periferia del lugar en busca de la imagen que recordaba de un tipo de lugar,
guardando las distancias, de los campos de fútbol de Bleda y Rosa.
Se asemejaba lo que estaba viviendo
en ese momento a las imágenes vistas en clase de fotografía, lo que me incitó a
tomar la cámara e irme al encuentro del lugar. Tras caminar a lo largo y ancho
del recinto vacío, encontré el solitario escenario de mi propio recuerdo fotográfico.
A mi encuentro con la memoria
personal de los campos de fútbol abandonados en Galicia, una espesa grama recortaba
mi paso al andar en la tenue luz de la tarde de ese día, maravillada por la
sensación del encuentro con las porterías y los pinos sepias.
De esta manera, el recuerdo y el
paso del tiempo hicieron alusión a ese espacio temporal vivido hace muchos años
atrás en donde era una niña y echados en la grama veíamos relampaguear un sueño
en el guiño de las estrellas fugaces en los campos de fútbol.
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