Hace unos años atrás estuve en la
Abadía San josé de Guigue. En ésta ocasión decidimos ir a darle una vistazo.Tras
verdes caminos estrechos, llegamos a una sinuosa loma donde se cobija la construcción
ascendentemente moderna en obra limpia.
Eran casi las doce del mediodía cuando los
hermanos benedictinos preludian su almuerzo con los cantos y salmos
eclesiásticos antes de la hora de comer.
Como el buen pastor San José, el lugar
nos acogió en su capilla monástica. Entrada la luz al espacio, los vitrales no
sólo adornaban el recinto sino también auspiciaban las campanadas. Seis coronas
de bronce engalanan la torre con sus cantos entonados a la hora meridiana tras un
regocijo de alegría ensordecedor.
Bajo la cúpula frondosa, el ardiente sol se posaba en las hojas de los
árboles. Se podía escuchar el crujir del césped en la hondonada silvestre y el
canto singular de los pájaros. Un lugar ceremonialmente habitado en su
cabalidad tanto humana como estructural.
Un paréntesis descanso para el
recogimiento de los huéspedes e invitados que como nosotros fuimos a pasar un
momento de Gloria en la Abadía Benedictina San José de Guigue.
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